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Introducción

 

Aspectos teóricos

La ciencia política, en cuanto ciencia social, tiene una multiplicidad de enfoques.  Unos piensan que es el Estado su objeto de estudio, sería la visión macro de la política.  Así, los teóricos se preocupan de los fines inmanentes del Estado: la unidad -comunidad- basada en la convivencia y cooperación sociales, es decir, la forma en que prevalece el interés general por encima de los intereses particulares de los individuos y de los grupos; y que, a la vez, el interés de los individuos y de los grupos pueda alcanzarse en un ambiente de libertad, dentro de un estado de derecho y en concordancia con el interés general: individuos, grupos, sociedad y Estado en perfecta armonía.  Como ejemplo se cita a tres de ellos: Hans Kelsen, Teoría general del Estado; Georg Jellineck, Teoría general del Estado; y, Herman Heller, Teoría del Estado.

Otro enfoque, hoy muy difundido, parte desde fines del siglo XIX cuando la psicología, a partir de Pavlov, el descubridor del reflejo condicionado, crea nuevos métodos y perspectivas que alcanzaron su máxima expresión en la escuela del conductismo, traducción del término behaviorism.  John B. Watson, en su artículo de 1913, "Psychology as the Behaviorist Views", postula las líneas fundamentales del enfoque conductista: la psicología es una ciencia de la conducta que debe evitar el estudio de la conciencia y la introspección y basarse sólo en los datos fisiológicos observables.

B.F. Skinner, en su libro Ciencia y conducta humana, asienta que la psicología es el estudio del comportamiento que tiene algún efecto sobre el entorno y, especialmente, del que produce una retroalimentación que influye sobre el comportamiento futuro.  Ante un estímulo concreto y determinado, el psicólogo tiene que ser capaz de predecir la reacción subsiguiente del individuo.

Esta corriente influyó sensiblemente en la ciencia política y dio origen al enfoque conductista.  En 1908, Arthur F. Bentley, en The process of government A study of social pressures, postula que la materia prima de las ciencias sociales es única y exclusivamente la acción de los individuos y grupos.  Como ninguna acción puede ser comprendida a partir de sí misma, lo que hay que indagar es el proceso en movimiento.  Para Bentley el individuo desaparece casi completamente; sólo es comprensible como componente de un grupo, de donde surge la escuela que postula que la política es la ciencia del comportamiento de los individuos en sus grupos y de los grupos en cuanto tales.  La arena política sólo se comprende como la contienda de los intereses de los grupos.

En los años veinte, la Universidad de Chicago acentuó la importancia de la psicología para la ciencia política.  Para los estudiosos de esa universidad el esquema estímulo-respuesta ofrecía una base útil, para una ciencia empírica de la acción política basada en la observación, y concretaron el fenómeno: estímulo-voto.

El creador de la Escuela de Chicago fue Charles Merrian.  En la obra del más famoso de sus discípulos, Harold Lasswell, catedrático de la Universidad de Yale, se otorga una importancia central a las categorías psicológicas.

Desde sus inicios, los miembros de la Escuela de Chicago comenzaron a ocuparse del análisis de las elecciones, fenómeno que más tarde sería el campo preferido de los conductistas.  En los primeros estudios apenas si había más que el mero establecimiento de correlaciones entre la acción de los electores, el voto y otras características sociales.  Posteriormente, se esforzaron en comprender la actitud y los motivos de los electores.

La orientación conductista es parte de un gran movimiento hoy en boga.  Robert Dahl la define como "un punto de vista que pretende establecer todos los fenómenos del proceso de gobierno en términos de lo observado y del comportamiento observable de los individuos y grupos".  Tal perspectiva científica se ajusta al empirismo filosófico anglosajón.  Intentan medir el comportamiento, razón por la que el refinamiento de las técnicas de trabajo del científico social -desde la observación y clasificación hasta la estadística- es su preocupación central.  El alto valor otorgado a la cuantificación de proposiciones sobre fenómenos sociales explica por qué gran cantidad de estudios se han dedicado a los análisis electorales y a la relación candidato-elector.
El comportamiento de los electores resulta posible asirlo, según esta escuela, como un fenómeno cuantificable, exacto, numérico.  Métodos estadísticos y el desarrollo de la técnica de la encuesta permitieron respuestas "exactas" a cuestiones que hasta ese momento habrían podido ser respondidas sólo de manera especulativa.  En ocasiones, el enfoque se fue al extremo y los mejores científicos sociales resultaron ser los matemáticos y los actuarios; la ciencia política se explicó por gráficas, números, tendencias matemáticas, correlaciones, curvas... Así, las campañas políticas fueron ejercicios teóricos de cuantificación del mercado de votos y de observación de los comportamientos electorales para predecir ofertas y demandas de voto.  Hoy, este enfoque prevalece sobre muchos otros y se piensa que una campaña bien realizada sólo se sustenta en ejercicios de cuantificación de la relación estímulo-voto.  Este manual recoge esa tendencia y explica, en sus diferentes capítulos, el sentido del comportamiento de los electores y del buen estímulo que pueden producir los candidatos ante un mercado electoral, pero también se hace referencia a que el ciudadano no es sólo un ente-respuesta, sino un hombre político cuyas razones lo pueden llevar a respuestas totalmente desconocidas por los estudiosos; la realidad siempre ha sido mucho más compleja que la teoría.

El conductismo tiene un enorme valor para el estudio del comportamiento social, pero no lo es todo; no es una teoría omnicomprensiva de lo político.  La teleología política, el sentido último que hace que los hombres se unan en familias, grupos, partidos políticos, naciones o estados no puede ser comprendido sólo por la parte exterior del comportamiento.  El hombre, como ser social, posee una gran construcción: su Estado.  La micropolítica o la política de coyuntura, circunstancial, es sólo parte de esa institución de instituciones; la política trascendental, la macropolítica que ve al todo social, se explica por causas más profundas que el comportamiento determinado en un lugar y en una circunstancia.

En 1922 se publica la obra cumbre del sociólogo alemán Max Weber, Economía y Sociedad, donde aparecen los postulados de la sociología comprensiva que tiene, como disciplina científica, el objetivo de “entender, interpretándola, la acción social para de esa manera explicarla causalmente en su desarrollo y efectos.  No pretende cuantificar sólo los actos externos y sus efectos, sino comprenderlos en los sentidos que les da el sujeto.”

La sociología comprensiva pretende entender las razones ocultas o evidentes de la acción humana.  El hombre actúa con arreglo a fines y su actuación tiene una conexión esencial de fines-medios.  Los hombres actúan de manera racional con arreglo a fines; de manera racional con arreglo a valores; de manera afectiva; y de manera tradicional.  Esas actuaciones producen tres tipos de asociación: la comunidad, que es una agrupación natural de individuos por tener en común fines, valores y afectos; la sociedad, que es un pacto por motivos racionales de fines o de valores; y el Estado, como la organización racional suprema de una sociedad que tiene como fin el uso legítimo de la violencia física para lograr la convivencia social.  Weber, pues, se inscribe dentro de la filosofía de los valores junto con Max Scheler, Leopold Von Wiese, Adolph Reinach, W. Sombart, Georg Simmel, Karl Jasper, entre otros.

La filosofía de los valores y la sociología comprensiva en particular estudian el fenómeno de la política de conformidad a los fines inmanentes, últimos, racionales del actuar social de los hombres.  Ellos han aportado la metodología para estudiar más los programas que las acciones de los hombres; más los fines que las coyunturas políticas; más la influencia de las ideas rectoras, de las ideologías y de las religiones sobre el actuar social y político.  Merced a ellos podemos comprender el sentido de las acciones humanas.  Los políticos deben estar interesados en las ideas que mueven a los hombres, y los tiempos de campaña son tiempos de debatir ideas, programas, fines últimos de la sociedad.*

En 1923 nace la Escuela de Francfort, que se consolida en 1931 con Max Horkheimer.  Es una escuela de filosofía social donde se mezcla la sociología con reflexiones sobre la civilización y la historia; sus primeras fuentes fueron la ética neokantiana o la filosofía de los valores.  El problema fundamental que plantea es la articulación entre la reflexión filosófica, basada en la exigencia del concepto y la investigación científica sustentada en datos empíricos, lo que se traduce en una conciencia crítica por excelencia. Horkheimer publicó el manifiesto de la Escuela en 1937 con el título Teoría tradicional y teoría crítica.

Los miembros de la Escuela llamaron a su filosofía Teoría crítica; con ello querían expresar tanto un deseo de crítica universal como una profunda aversión por todo sistema cerrado.  La teoría se expresa en una serie de críticas parciales, basadas en negaciones de las afirmaciones hechas por otros o en negaciones de realidades que piden ser abolidas.  La mente, según ellos, no puede producir sistemas totalizadores que comprendan el todo de la realidad; a lo sumo, puede evitar la excesiva fragmentación analítica característica de la cultura burguesa.  Por estas razones el aforismo y el ensayo son los géneros cultivados principalmente por los francfortianos.  Este enfoque declara abiertamente las limitaciones metodológicas y dificultades epistemológicas de su método de investigación y subraya los valores del individuo y de la creatividad individual, en contraposición con el colectivismo del marxismo vulgar, así como del individualismo neoliberal.

El énfasis sobre el individuo condujo a los francfortianos al estudio de los aspectos psicológicos de lo social.  La mentalidad, fenómeno distinto de la ideología y sustrato sobre el que ésta puede llegar a consolidarse, es un fenómeno de clase, pero debe estudiarse de modo empírico en los individuos.  Esta escuela destaca, pues, los aspectos ingenuos de la fe en la razón y explora su desdoblamiento -explicado en su momento por Weber- entre la razón sustancial, ligada a los valores morales últimos, y la razón instrumental desligada de ellos.  El triunfo del capitalismo, para los francfortianos, entraña el triunfo de esta última razón.

La Escuela creyó haber encontrado una solución a los dilemas que se plantearon en la dialéctica de la razón y la sinrazón: los conceptos de liberación y de emancipación.  La fuerza emancipadora y la capacidad de liberación constituyen el rasero por el que debe medirse la racionalidad sustancial de cualquier acción o práctica social.  Cuando queremos saber si una política gubernamental, o la de un partido, o una teoría, son o no racionales en este sentido, debemos primero preguntarnos en qué medida refuerzan la capacidad de los hombres afectados por ella para ser más libres, es decir, para tomar su propio destino en sus manos.  Este análisis no es fácil porque las relaciones sociales no son siempre directas, sino que están mediatizadas por una red de instituciones que oscurecen el verdadero sentido de la acción social.  La mediación es, según la Escuela, un concepto clave para toda teoría correcta de la sociedad moderna.  El mayor error del marxismo vulgar es concebir la lucha de clases como choque frontal entre ellas; en realidad, la estructura de una sociedad contiene un conjunto complejo de mediaciones y tergiversaciones.  Estas requieren su paciente desvelamiento por parte de una razón incansablemente crítica; no hay desesperanza de la razón; ésta, más bien, es el principal asidero del hombre moderno en el camino de su emancipación.

Forman parte de esta Escuela, entre otros, su fundador Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse, Walter Benjamin, Erich Fromm, Leo Lowenthal, Franz Newman y Ernst Bloch, quien sin pertenecer a la escuela, desde su concepción de la utopía asume las posiciones y temas de la Teoría' crítica.

Son herederos de la Teoría crítica los estudiosos que han continuado sus indagaciones sobre las contradicciones y dificultades emancipadoras del capitalismo tardío.  Claus Offe* y Jürgen Habermas** destacan entre todos ellos.  Este último ha dado un nuevo impulso a la Teoría crítica mediante la introducción de las perspectivas de la lingüística y el estudio del problema de la comunicación entre los interlocutores que coexisten en una sociedad desigual e injusta, como aspecto aún no explorado de la alienación.  También se ha interesado por la exploración de la concepción sistémica de la sociedad, dado el auge de la "teoría de sistemas".

La Teoría crítica estructura para el estudioso de la política un esquema profundo para conocer las contradicciones del quehacer político y saber si éste hace al hombre y a la sociedad más libres v más emancipados; plantea un problema fundamental: la mediación, que tergiversa y oscurece los fines del hombre y de la política; y los partidos son, precisamente, unos entes mediadores entre sociedad y política y, por lo tanto, llevan en sí una contradicción esencial: "el medio tergiversa los fines".  En la sociedad moderna sólo a través de medios se puede organizar la vida política y social, pero el trabajo consiste en que el medio no refracte los fines, sino los transmita lo más diáfanos posibles.  Los candidatos constituyen otros medios que, muchas veces, tergiversan la meta de abrir espacios para la libertad y la igualdad.

La Teoría crítica proporciona las herramientas para estudiar las campanas políticas como procesos en donde la contienda puede devenir en más libertad o en donde los fines ocultos de los factores reales de poder se camuflan de benefactores sociales y sólo desean la conservación de fueros y privilegios en detrimento de las mayorías.

Un manual de campaña como éste no pretendería dar los instrumentos para la reflexión, sino para la acción; pero como en la política se juega el devenir social, creemos necesario que el actor político no se presente a la escena sin saber el argumento, la trama y las consecuencias de su actuar.
El actor político debe saber que, atrás de él, existe una serie de científicos sociales que están tratando de comprender a la sociedad y que esa comprensión le ayudará en su actuar.  Teoría y acción son parte ineludible de un buen político.  Las anteriores consideraciones tienen la intención de hacer las referencias teóricas sobre el actuar político y este manual es la organización de ese actuar que debe ser con arreglo a fines, a valores, con conciencia para contribuir a que los ciudadanos sean más libres y más iguales, sin olvidar las pautas de comportamiento cuantificables de los hombres, pues finalmente las elecciones se ganan con votos.

La democracia y las elecciones

La política es el tema de este libro.  Su principal asunto: el proceso mediante el cual los políticos adquieren, en una sociedad democrática, la legitimidad para conducir los graves problemas del Estado.

Ponemos, aunque parezca tautológico, en manos de los políticos, o al menos esa es nuestra intención, un manual de campaña.  Manual porque queremos que sea una referencia rápida, accesible a lo complejo que resulta el día de hoy solicitar el voto ciudadano.  Pero nuestra pretensión va un poco más allá; nos referimos, en efecto, al proceso que parte desde la candidatura y concluye con la defensa del sufragio, pero tratamos de explicar al lector el por qué de cada uno de los pasos y la razón de cada una de las actitudes que debe asumir un candidato, pues no se trata sólo de ganar una contienda, sino de asumir una responsabilidad frente a los electores y frente a la sociedad y el Estado.

Una campaña es sólo una fracción de la actividad política.  Importante sin duda, pues a través de ella se pretende asumir la conducción de la sociedad mediante la promulgación de leyes o la asunción de responsabilidades ejecutivas.  Pero no se puede y no se debe creer que ese periodo perentorio de solicitar el voto popular sea toda la política, como tampoco que cruzar una boleta electoral sea el acto por antonomasia de la democracia.

La democracia es un proceso de vida; nuestra Constitución la considera no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo.

Un sistema democrático parte de la premisa de que la vida social es tensión, lucha, discrepancia, competencia, divergencia, heterogeneidades; en una palabra: conflicto.  Por ello se ha definido a la política democrática como la actividad que se propone esencialmente asegurar, por la fuerza del derecho y de la fuerza fundada en el derecho, la concordia interior procurando la unidad política v garantizando el orden en medio de las luchas que nacen de la diversidad y de la divergencia de opiniones v de intereses. Heller concibe la política como “la función del Estado que consiste en la organización y activación autónomas -es decir, soberanas- de la cooperación social-territorial, fundada en la necesidad histórica de un status vivendi común que armonice todas las oposiciones de interés dentro de una zona geográfica...”.

La política es, pues, una ciencia y una técnica, y a veces, un arte del manejo del conflicto social; es una relación dialéctica entre los diversos presupuestos del mando y de la obediencia; de lo privado y de lo público; del amigo y del enemigo; de la historia y del futuro; de la libertad y de la igualdad.  Es la búsqueda de la solución de lo antagónico mediante un equilibrio social, pactado constantemente, que permita la convivencia, la cooperación social y la unidad política frente al exterior.

El germen del conflicto está en el propio hombre que tiene sus intereses, sus antagonismos, sus ideas, su cosmovisión.  Conocer al hombre es, pues, una tarea de la política.  El hombre es bueno por naturaleza, afirmarán unos teóricos, y es la sociedad la que lo pervierte; por consiguiente, es necesario un pacto social que ponga límites a la actividad humana y dé curso al progreso y al bienestar.  Otros, como Hobbes, dirán que el hombre es lobo del hombre o, como Máquiavelo, pensarán que el hombre es egoísta: "Según demuestran cuantos escritores se han ocupado de legislación y prueba la historia con multitud de ejemplos, quien funda un Estado y le da leyes debe suponer a todos los hombres malos y dispuestos a emplear su malignidad natural siempre que la ocasión se lo permita..." (Discurso sobre la primera década de Tito Livio).

En la discusión sobre la naturaleza humana está la verdadera discusión del ejercicio democrático del poder.  Un poder con contrapoderes que lo limitan, lo acotan y lo subordinan al- servicio de una colectividad.  Carl Schmitt afirma: "No digo que el poder de hombres sobre hombres sea bueno.  Tampoco digo que sea malo y mucho menos digo que sea natural y, como hombre que piensa, me avergonzaría decir que el poder es bueno si yo lo tengo y malo si lo tiene mi enemigo.  Digo exclusivamente que es una realidad autónoma frente a cualquiera, incluso frente al poderoso, y que lo que implica es su dialéctica.  El poder es más fuerte que cualquier voluntad de poder, más fuerte que cualquier bondad humana y, afortunadamente, también más fuerte que cualquier maldad humana" (Diálogo sobre el poder y el acceso al poderoso).
La política democrática nace no como la necesidad de reprimir los distintos intereses individuales o grupales, pues ello nos llevaría a los autoritarismos o totalitarismos que en aras del orden apagan al individuo y a los grupos.  La política democrática tiene una significación positiva, cree en el hombre, en la condición humana que permite a los hombres responder a su propia vocación y desarrollarse plenamente como individuos en el seno de una colectividad en donde se libran, no sin obstáculos, todas las actividades; sin olvidar que la lucha de todos esos intereses puede rebasar los límites de la convivencia y devenir violencia.  Por ello, la afirmación de que la guerra es la continuación de la política por otros medios; aunque más bien debería afirmarse que la violencia es el fracaso de la política.

La esperanza de los hombres es lograr que la política siempre esté adelante de los conflictos y ponga al servicio de la sociedad nuevos mecanismos de negociación y de equilibrio.  La verdadera política democrática no es la dorada mediocridad de la que habla Horacio: "una buena relación entre los extremos".  La contienda democrática exige audacia, previsión y coraje para resolver antagonismos.

Por eso la contienda democrática es salud para la República; los procesos electorales son tiempos de libertad, de participación y de búsqueda de nuevos consensos que hagan avanzar hacia estadios superiores de convivencia.

El presente trabajo es un manual para los tiempos de la contienda; explica las reglas que la rigen y hace hincapié en las fases que la componen.  Pero también hace referencias al sentido final de esa lucha: una sociedad nueva, más fortalecida después de cada periodo electoral.

El Manual retorna los principios de la conducta humana en la arena electoral.  En las elecciones se pone en juego el destino de un pueblo y no sólo el triunfo de determinado candidato o partido; se pone a discusión una forma de vida y se trata de encontrar solución a los intereses en conflicto, por medio de la legitimidad que da el voto popular.

“La democracia depende de la habilidad de los ciudadanos para negociar entre sí pacíficamente, para dar tanto como para recibir, y para llegar a transacciones a las que todos habrán de sujetarse.  Cada una de estas transacciones será el punto de partida del siguiente punto en el debate democrático...” (Informe Número VI al Fondo Rockefeller, La fuerza de la idea democrática).

En las democracias, parte del conflicto se resuelve en las elecciones; las reglas del juego son: libertad para todas las corrientes; igualdad formal y real para acceder a la información y al poder; tolerancia para el disenso y obediencia para el consenso mayoritario.  La solución democrática de los conflictos se resuelve, por consiguiente, mediante la creación de una mayoría, de ahí la importancia de un manual de la contienda democrática.

Los ciudadanos son soldados civiles que luchan por sus intereses y sus valores; que se agrupan por afinidades; que debaten; que polemizan; que ponen en constante transformación a la sociedad.  Este constante devenir hizo decir a Rousseau, después de analizar los diferentes tipos de gobierno, que "no hay gobierno que esté tan sujeto a las guerras civiles y a las agitaciones intestinas como el democrático o popular, a causa de que no hay tampoco ninguno que tienda tan continuamente a cambiar de forma, ni que exija más vigilancia y valor para sostenerse" (El contrato social).

Para que la democracia sobreviva al conflicto que lleva en su seno, se requiere que todos los contendientes acuerden respetar las regias del juego; y el acuerdo fundamental será el destierro del uso de la violencia a cambio de un proceso electoral limpio, donde el voto sea el veredicto que da el ciudadano sobre el ejercicio del poder.

La sociedad democrática se puede resumir, para fines de explicación, en el argumento de "... sólo quien lo lleva sabe donde le aprieta el zapato”.  Sin duda, el elector ordinario tiene unas ideas muy vagas respecto a qué reformas legislativas o administrativas podrán lograr que no le aprieten los zapatos.  Puede creer que sus zapatos le aprietan únicamente por burda ignorancia o por la corrupción o por las perversas intenciones de su gobierno.  Puede creer que fabricar los zapatos gubernativos que alivien la presión de sus pies es un asunto mucho más sencillo de lo que es en realidad.  Puede escuchar con demasiada facilidad a demagogos que le prometen hacerle los zapatos más bellos al precio más barato.  Pero, pese a todo ello, sólo él, el ciudadano común, puede decir si le aprietan los zapatos y dónde le aprietan; y, sin ese conocimiento, ni el político más sabio puede hacer buenas leyes o instrumentar medidas de bienestar general.  El tiempo de elecciones proporciona a los políticos esa sabiduría y el Manual pretende proporcionar los elementos organizativos necesarios para adquirirla.

El candidato debe ser sensible y accesible a la opinión pública para adquirir y renovar sus conocimientos sobre el verdadero sentir popular.  Por ello, no se trata de reducir la campaña a un marketing político de compraventa de mercancías políticas; en donde el hedonismo sea el eje para hacer públicos a candidatos y partido.  Vender una imagen es parte de la campaña, pero sólo parte.  La propaganda, que es el medio político para propagar ideas, planes, soluciones, es más difícil y produce dividendos a largo plazo.  La campaña puede apelar a los sentidos y tener frutos inmediatos en votos; pero la tarea de gobernar requiere razones, pues con frecuencia la apretura de los zapatos no se puede remediar a corto plazo y, con franqueza, la auténtica política debe explicarlo a riesgo de perder votos.  Se podrá ganar la elección, pero no se podrá gobernar si no hay razones que expliquen las políticas públicas.  Churchill ofreció a su pueblo sangre, sudor y lágrimas, y pudo gobernar en momentos difíciles que requerían todo el consenso popular.

La tentación de ofrecer paraísos a cambio de votos no es democrática; es demagógica y apela a establecer lo que los griegos clásicos llamaban la oclocracia: el gobierno del aquí y el ahora para la plebe, olvidando los fundamentos que sostienen a una verdadera democracia; este gobierno terminaba siempre en tiranías.
Por el lado contrario, a los que gobiernan no les gusta que se les digan que los zapatos tan bonitos que han hecho no van bien.  Tienen tendencia a echar la culpa a los deformes y lamentables dedos de los pies de quienes tienen que llevar sus zapatos.

Las campañas políticas son espacios de discusión sobre si las cosas andan mal o si pueden ir mejor; y el voto es el juicio respecto a los resultados conseguidos.  El ciudadano dice: nuestros zapatos nos siguen apretando y vamos a buscar otro zapatero; muchas gracias por sus servicios. 0 bien; sí, nuestros pies están ahora mucho más cómodos y, por ello, les dejamos seguir y vamos a ver si pueden hacerlo mejor.

Las campañas políticas no sólo son el debate de lo ocurrido, sino también es un asentimiento respecto a una propuesta para el futuro.  Aquí lleva la ventaja quien no ha ejercido el poder, pues podrá criticar al gobierno en turno dejando de lado las verdaderas causas de por qué las cosas no van bien y proponer que su plan sí resolverá los problemas.  Y quien ejerce el poder tendrá que explicar el pasado, las razones de la situación presente y convencer de que sus planes sí son los que mejorarán la situación.

En las campañas políticas se pone de manifiesto la sabiduría popular; el pueblo sabe más de fines que de medios; tiene un sentido especial para detectar si su gobierno va por el rumbo correcto; sabe diferenciar al charlatán o demagogo de los políticos sensatos, prudentes, realistas.  La sabiduría popular es comprensión de la vida común, cotidiana, y la campaña política ofrece la oportunidad de recibir las lecciones de los ciudadanos.

El Manual de campaña

Sobre esas bases está constituido este Manual de campaña.  Seis partes lo componen.  La primera sienta los conceptos fundamentales para comprender el contexto y el fenómeno de la promoción de una candidatura.  Concibe a la campaña como un proceso de persuasión intenso, planeado y controlado, que se realiza durante el periodo precedente a las elecciones con acuerdo a regias que delimitan sus métodos, tiempos y costos, dirigido a todos o algunos de los electores registrados en una división electoral, con el propósito de influir su voto.

Explica el papel de los candidatos, a partir de considerar que son la razón de ser de las campañas v su principal canal de comunicación; en ellos radican todas las potencialidades y todas las limitaciones de las campañas.  Por ello, tienen que ser hábiles para comunicarse en diferentes niveles: interpersonal, masivo, intermedio y organizacional.  Sus públicos son traslapados, heterogéneos.  Tres son sus tareas principales: la interacción que debe mantenerse con los medios masivos; la actividad constante para allegarse voluntarios y fondos necesarios para la buena marcha de su campaña; y, desde luego, la labor de persuasión de electores, fin último de la campaña.

Se explica cómo se realiza una campaña, desde la investigación, planeación y preparación, hasta la jornada electoral y la defensa del voto.  Los efectos que ésta puede llegar a tener sobre la votación, son un tema que se trata dentro de esta parte del Manual.

Posteriormente se estudia al elector y se analiza quiénes participan más en la política, quiénes votan más y quiénes se abstienen.  Particularmente se revisan las razones que tiene el elector para votar en determinado sentido.

Para concluir con esa primera parte, se explica qué es la comunicación persuasiva y qué es la persuasión, a la que se define como un propósito consciente de formar, reforzar o cambiar actitudes, creencias, opiniones, percepciones o conductas de alguna persona o personas efectuado por otros individuos o grupo, esto es, consiste en influir sobre los demás para hacerlos pensar en un modo determinado, rechazar algo o adoptarlo, o inducirlos a realizar una acción específica.

La segunda parte jerarquiza todas las actividades previas al inicio de la campaña: la etapa de plantación.  De ella dependerá, en buena medida, la posibilidad de tener éxito en la promoción de una candidatura.  La investigación debe basarse sobre todos aquellos factores y actores que repercuten, de alguna manera, dentro de la campaña: los electores, el candidato, la oposición y los recursos, entre otros.
Conocer la división electoral, las condiciones de vida dentro de esa delimitación, las características del electorado, el tipo y fuerza de la oposición existente, los principales problemas que se enfrentan en la zona y las posibles alternativas de solución, resulta fundamental para el diseño de la campana y para la preparación del candidato.

La adecuada previsión es, sin duda, requisito indispensable para una buena campaña.  La lectura de este apartado mostrará que hoy es imposible una campaña sin previa reflexión v orden.  Una evaluación de lo que se tiene y un plan de acción se muestran necesarios, si se quiere asegurar un mínimo de éxito.

La tercera parte contempla la concreción del plan de campaña, que parte de la definición de la estrategia que se debe seguir, de manera que ésta se enfoque hacia aquellos aspectos y puntos relacionados, directamente, con la obtención de votos en favor del candidato.

En este apartado se detallan: las acciones que permitirán el adecuado desarrollo de la campaña, a partir de los objetivos previamente fijados; la forma en que debe definirse y distribuirse el presupuesto destinado para tal fin, considerando tanto el rubro de los ingresos y el de los egresos, como el del control de los mismos; las diferentes fuentes de financiamiento; las tareas específicas que deben realizarse dentro de una campaña; y, las características de la organización que se requiere para estar en posibilidad de cumplir con ese reto.

El programa integral de la campaña es el tema que se desarrolla en la cuarta parte del Manual.  Su contenido se refiere a la manera en que deben conjugarse todos los elementos, información y recursos que se hayan logrado reunir en etapas anteriores, para detallar el plan de trabajo que se seguirá en la campaña, con la finalidad de que las acciones de proselitismo se realicen con orden, oportunidad, calidad, eficiencia v de acuerdo con las prioridades establecidas.

Se reflexiona sobre la importancia que tiene el hecho de que el candidato cuente con un buen equipo de trabajo, en virtud de que constituye el principal soporte de la campaña.

Mientras más preparación tengan los miembros de ese equipo, en aspectos relacionados con la promoción de candidaturas, en capacidad de organización y de administración, más apoyo recibirá el candidato y mayor oportunidad, calidad y eficiencia tendrán las tareas de proselitismo.

El tiempo del candidato es uno de los principales recursos de la campaña, razón por la que debe aprovecharse al máximo.  Integrar una agenda por etapas y con el detalle por día, ayudará a lograr ese objetivo. El Manual de campaña incluye dieciséis reglas que se recomienda seguir para la elaboración de esa agenda.

La preparación del candidato resulta indispensable para realizar una buena campaña.  Los aspectos que deben atenderse dentro de este rubro son: el físico (salud, peso, voz, aliento y apariencia física); el mental (confianza en sí mismo, conocer fuerzas y debilidades, tener preciso por qué se quiere el puesto, preparación moral y emocional); habilidades para la comunicación interpersonal, tanto verbal como no verbal (inspirar confianza en los votantes, saludos de mano, aprender a escuchar, romper barreras defensivas, impasibilidad ante el ataque y, sobre todo, no prometer de más); habilidades en la comunicación a través de medios masivos (entrevistas, conferencias de prensa, radio y televisión); y, el papel que desempeña la familia del candidato.

La importancia de la propaganda, como medio que hace llegar al electorado el mensaje de la campaña, se desarrolló en esta parte del Manual.  Explica su contenido a través de los elementos básicos que debe considerar: fotografía del candidato, biografía, slogan, colores y sonidos, e identificación de la propaganda.  Destaca la relación con los medios y distingue cuatro estrategias para el empleo de medios electrónicos: de chorro, de final rápido, de gran espectáculo y de paso constante.

Los diferentes frentes que deben atenderse, en forma paralela, dentro de una campaña constituyen el contenido de la quinta parte del Manual.  Son las trincheras en donde se moverá el candidato y en donde debe ganar terreno desde el primer día de su promoción.  Cada uno de ellos representa dificultades que deben superarse y atenderse oportunamente, pues el descuido en alguno de ellos puede repercutir, de manera negativa, en el trabajo en su conjunto.

La adecuada distribución del equipo de trabajo en cada uno de los siete frentes: candidato, colecta de fondos, propaganda, información noticiosa, campaña negativa, promoción del voto y administración; y, la coordinación que se llegue a establecer de ellos permitirán el avance continuo y uniforme de la campaña.

Sobresale dentro de esos frentes el de la promoción del voto, ya que el objetivo fundamental de toda campaña es lograr que el mayor número de electores acuda, el día de la elección, a la casilla que le corresponda a ejercer su derecho al sufragio, así como que vote en favor de la candidatura que se promueve.

El voto es el instrumento que permite al pueblo manifestar su decisión política que, al final de cada proceso electoral, integra la voluntad nacional y determina las características de la mayoría que se requiere para estar en posibilidad de gobernar.

Finalmente, el apartado sexto del Manual explica la forma como debe actuarse durante la jornada electoral y las acciones que deben realizarse para la defensa del voto; todo ello dentro de las reglas establecidas por la legislación electoral vigente.

Contar con representantes partidarios debidamente preparados para asumir su función en cada casilla electoral, es un requerimiento básico que debe cubrirse, para tener la posibilidad de cuidar que el ejercicio del sufragio se realice dentro de los términos previstos por la ley, de tal forma que, de llegarse a detectar irregularidades, se cuente con las pruebas y elementos necesarios para proceder con los recursos previstos dentro de la Ley General del Sistema de Medios de Impugnación en Materia Electoral.*
Esa tarea es indispensable, sobre todo, en aquellas delimitaciones electorales en las que la competencia sea más cerrada, ya que no defender un voto con oportunidad puede provocar la derrota en la elección.
Actuar en tiempo y forma en la interposición de medios de impugnación es indispensable dentro de la táctica de defensa del voto.  La presentación sin las pruebas y los documentos requeridos, fuera de los plazos y términos establecidos, así como ante una instancia diferente a la que tiene competencia en la materia que corresponda, origina vicios que provocan, desde su origen, la improcedencia o el sobreseimiento de la solicitud.  Por ello, dentro del equipo de la campaña debe tenerse, cuando menos, un elemento capacitado, especializado y actualizado en materia de medios de impugnación, pues una mala orientación en éste sentido puede provocar, de igual manera, la derrota electoral.  En caso contrario, debe tenerse ese apoyo a través de una asesoría externa especializada en el ámbito de lo contencioso electoral.

Como su contenido lo demuestra, se pretende que el Manual de campaña sea una herramienta útil para todas aquellas personas relacionadas con la contienda electoral, pero sobre todo interesadas en elevar el nivel de la competencia política.  Es, también, un llamado a consolidar el ejercicio de la política como método idóneo para la solución de conflictos y la construcción de consensos, para la suma de voluntades que genera la voluntad nacional.  Intenta ser un aporte en el esfuerzo de los mexicanos, para que la política le gane a la violencia.

Hoy, por la necesidad de mayor impacto en un ambiente saturado de mensajes y por enfrentar su encarecimiento constante dado el uso creciente de los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión, las campañas constituyen una actividad en la que concurren diversos especialistas en ciencia política, estadística, psicología social, sociología, mercadotecnia y ciencias de la comunicación, principalmente, que han dado origen a una nueva especialidad político-profesional: la dirección y asesoría de campañas electorales.
En México las campañas han adquirido particular importancia frente a un electorado volátil que hace más contingente el resultado de las elecciones.  La reciente reforma electoral (1996), que propicia más objetividad y equidad en las contiendas electorales, probablemente hará que los márgenes de las victorias sean más reducidos y que la diferencia entre el triunfo y la derrota sean los buenos candidatos, las buenas plataformas políticas y las buenas campañas, más que la militancia, la fidelidad y la simpatía por los partidos políticos.

El Manual de campaña resume al lector los diferentes aspectos del proceso electoral y le advierte los puntos críticos de esta actividad.  Se espera que sea un auxiliar para realizar una campaña con método, con eficiencia y con advertencia de las posibilidades del triunfo o de la derrota.  Su lectura hará comprender lo complejo de esta actividad y las posibles formas para enfrentaría con mayor profesionalismo.

Los autores.


* Véase, por ejemplo, Downs, Robert.  Libros que han cambiado al mundo.  Madrid.  Editorial Aguilar, 1961.

* Véase, para los propósitos de este estudio, su libro: Partidos políticos y nuevos movimientos sociales. Madrid, Editorial Sistema.1992.

** Thomas McCarthy ha publicado un espléndido libro sobre la obra de Habermas; La Teoría crítica de Jürgen Habermas.  Madrid, Tecnos. 1987.

* Recursos de revisión, de apelación, de reconsideración, así como los juicios de inconformidad, para la protección de los derechos políticos-electorales del ciudadano v de revisión constitucional electoral.